domingo, 22 de noviembre de 2009

Primeros Pasos

Bienvenida       

Aprecio el peculiar sentido del humor, cáustico e irreverente, tan típico de los no-muertos. En realidad, es una válvula de escape a tanta tragedia y miseria juntas. Se trata de una reacción natural y muy sana ante la adversidad: La desdramatizamos, le sacamos punta y nos reímos para no llorar. La ironía y el sarcasmo, así como el cinismo más descarnado, no son exclusivos de los cadáveres caminantes, de los muertos malpensados sin reposo, ni mucho menos: Campan a sus anchas por doquier. En vida ya practicaba este tipo de ejercicio mental para no sucumbir a la desesperación, a la impotencia: ¡Cuánta agonía, cuánto sufrimiento, cuánta derrota cada día, día tras día!…
Agradecí entonces, pese a todo, la descarnada bienvenida a la “no-vida” que me brindó el Enterrador de Camposanto. Y es que la situación lo merecía: Desnuda, apilada con el resto de cadáveres en diferentes grados de descomposición que iban a ser incinerados, me moví (milagrosamente) cuando me cogió para lanzarme a la fosa. Por fortuna, estaba más que acostumbrado a que sucediera esto, así que cargó con mi cuerpo inconsciente y me dejó tirada en un rincón del mausoleo que hace las veces de hospedería. No recuperé la consciencia hasta dos días después. Entonces, el Enterrador, me lanzó unas ropas bastas y gastadas, pero limpias.
- ¡Tápate, anda, que cogerás musgo! … ¡Suerte tienes de que a la mayoría se nos ha caído la minga, porque hace tiempo que no veíamos carne tan fresca! … – Se echó a reír. Sus carcajadas eran sumamente desagradables, igual que su sonrisa. Encima, por poco se le parte del todo la mandíbula. –    Y un consejo: no olvides espantar a las moscas, además de a los moscones o se te comerán los gusanos.
Debía decirlo por propia experiencia, porque de verdad tenía un aspecto horroroso, además de oler fatal.
- Enga, bonica, que te están esperando arriba para hacer de ti una renegada de provecho. ¿Tienes nombre?
- Mmm… Margueritte. – Me costó mucho hablar. Tenía la boca seca, pastosa y seguramente mi halitosis hubiera tumbado a un ogro.
- ¡Muy bien! ¡Si hasta sabes hablar, florecilla! – Otra sonrisa. Si sigo mirando sus dientes podridos y oliendo a muerto me desmayo, seguro. – Pues espabila. Los débiles sucumben y nos los comemos crudos. Algunos quedan bien como fondo para estofado. No lo olvides, Margueritte.
Volvieron a resonar sus carcajadas en la fría y lóbrega estancia, pero yo ya estaba subiendo las escaleras. La ¿broma? no me había hecho ni pizca de gracia. Estaba confusa, embotada. Necesitaba que me diera el aire. Necesitaba salir de allí. Sabía mi nombre y apenas nada más de mí misma: ¿Quién soy yo? ¿Qué me ha sucedido y por qué?
¿Y dónde estaba?

Doctrina

- Hemos nacido de la corrupción. Es nuestra esencia. Pertenecemos a las Sombras, no a la Luz. La Luz nos abandonó. Ya no tenemos nada que ver con ella. Olvídala, Margueritte. La estudiamos y la usamos para nuestros fines. Sólo eso.
Las palabras del Clérigo Oscuro Duesten cayeron sobre la joven novicia como un jarro de agua fría. Bajó la mirada, dolida. Inspiró profundamente (no necesitaba respirar, lo sabía; sin embargo mantenía ese hábito de manera inconsciente) y se encaró con el severo y aterrador sacerdote renegado.
- Maestro Duesten… Con todos mis respetos… No puedo obedeceros en eso: La Luz sigue conmigo. La siento en mi interior, aguardando a que sea capaz de liberarla como antaño. Me reconforta y me acoge incluso tal y como soy ahora… Forma parte de mí, y no renunciaré a ella.
El sombrío sacerdote no se alteró lo más mínimo. Simplemente, siseó:
- Usa lo que te plazca o lo que sepas, novicia. Mas NUNCA le falles a la Reina Sylvanas. La Voluntad de la Dama Oscura es la Única LEY. Y la traición tiene un precio que preferirás no conocer.

Cumpliendo

No quiero pensar. La única manera de sustraerme un poco al vacío de mi memoria es entregándome de lleno a las tareas que se me imponen. Algunas son simplemente fatigosas: Recolecciones varias (sangrientas y repugnantes en muchos casos), llevar recados  de un lugar a otro… Otras son muy peligrosas y las hay que, además de poner en grave riesgo mi integridad física, me hacen sentir realmente miserable, puesto que el asesinato de inocentes no es para mí justificable de ningún modo… Sin embargo lo hago, consciente de que sólo soy un arma más. Soy un instrumento, un peón. En esos momentos procuro estar limpia de todo sentimiento, salvo de la compasión, ya que en cualquier momento los papeles se invertirán y seré yo quien sucumbirá ante otro más apto. No soy libre. Y saberlo me libra de ser una esclava.
En apenas unos días mi mente ha traído de vuelta mi pasado. Sé quién era, no quién soy. Las pesadillas son los indicios de lo que ha sido mi muerte: No invitan a recordar, sino más bien todo lo contrario.

Socializando

He decidido empadronarme en Rémol. Por varios motivos: Está al lado de Entrañas, la capital, así que tengo garantizados el acceso a comercio y la cultura. Está muy bien comunicado y, al mismo tiempo, es tranquilo y retirado.
De ello se ocupa Lady Sûzu de Rémol y Barov, Condesa de Rémol, apoyada incondicionalmente por un grupo de Caballeros de la Muerte que son seguidores tan fanáticos como ella de la Reina Alma en Pena. Hacen un buen trabajo y se mantiene bastante bien el orden, aunque de tanto en cuanto el caos (y la vida) se dejan ver por el mortecino asentamiento.
Otro buen motivo para quedarse es el Mesón La Horca: Si uno no visita ni la cocina ni el sótano, resulta un lugar realmente acogedor. Desgraciadamente, las fuerzas no-muertas del lugar se encargan de que tengas una visión más real y siniestra del edificio a base de mandarte “trabajitos” dignos de psicópatas, soportables únicamente por individuos con estómagos muy resistentes. En el piso superior, además de instructores diversos, habita la señora Dedmar. La pobre pasa frío siempre. Seguro que murió de unas fiebres. Es una buena mujer, pese a sus manías: Me permite dormir en su cuarto. Incluso me ha ofrecido su cama. Sin embargo, prefiero arrebujarme en un rincón que hay en una esquina, un poco más al abrigo de miradas indiscretas. Además, así no le mancho las sábanas cuando sangro.
Rémol es un lugar de paso, mal que le pese a la Condesa.
Allí es donde he visto por primera vez un trol: una mujer trol llamada Hazyr. Piel azulada, ojos rojos, cuerpo perfecto… Bueno, y esa manera de hablar en orco imposible de imitar. No me di cuenta y ya estaba describiendo las virtudes que se hacían evidentes con mis conocimientos básicos de Fisiología. Tanto ella como Honoka, la hermosísima elfa de sangre que la acompañaba resultaron ser dos contertulias amables y curiosas. De la elfa me lo esperaba, pero me asombró tanta gentileza en esa representante de una raza supuestamente salvaje y sangrienta. A decir verdad, estaban siendo las dos personas más simpáticas con quienes me había cruzado hasta el momento. Afirmaban que era muy “pura” para ser una renegada. Me frieron a preguntas, sobre todo sobre la muerte. Al responderles yo que no recordaba, rápidamente se pusieron a mi disposición. La sin’dorei incluso dijo que hablaría con Hikary, una amiga suya más veterana. Partieron no sin antes ofrecerme su apoyo incondicional.
La señora Hikary vino a Rémol el mismo día. Reiteró los ofrecimientos de ayuda que ya me había antes hecho su compatriota. Sin duda, se trata de una mujer elfa muy poderosa, puesto que me ofreció su amparo en el caso de que mis elecciones morales me pusieran en peligro. Me anunció que desde ese instante era protegida del Clan de la Daga Negra, una sociedad secreta a la cual pertenecía, que incluso tenía miembros en el bando Aliado. Por ejemplo: Si veía a un determinado draenei Caballero de la Muerte y lograba hacerle saber mi estatus, estaría a salvo. Cuando nos despedimos, yo había agotado mi repertorio de palabras de agradecimiento.
Entre los Caballeros de la Muerte que patrullan Rémol destaca, por su asiduidad y gentileza, Lord Clemens. A pesar de mantenerse normalmente apartado y de parecer distraído, yo diría que se entera de todo. Gracias a él he podido empadronarme al fin, aunque ha sido difícil coincidir con la Condesa. Y es obvio que no tenemos casi nada en común. Es cierto que ella lleva mucho tiempo como renegada. Según lo que he oído odia a los vivos, especialmente a los elfos, y, eso también lo he sabido de primera mano, es una persona realmente estricta. En cuanto a la filosofía de la Luz Sagrada… Si un día dice que no recuerda que la Luz haya abandonado definitivamente a los renegados, pocos días después casi me muerde por desear que la Luz nunca la abandone…¡Ay! ¡Contradicción, tienes nombre de mujer!… Seguramente es un tema controvertido y espinoso. Uno de tantos. Estoy comprobando que los renegados ni respiramos, ni opinamos, ni tenemos conciencia, por lo visto… Pues como renegada no sirvo, no (y algunos ya se han dado cuenta de que soy un tanto peculiar, tanto física como mentalmente).
La mayoría de renegados encajan bastante bien en el estereotipo que voy conociendo: Vengativos, resentidos, mezquinos, cínicos, amorales cuando no directamente inmorales, enfermos mentales e incluso corruptos y malvados a más no poder… ¡Uf!  Me niego a ser uno de esos monstruos. Si reniego de algo es de ESO:  De la corrupción, de la inmoralidad del todo vale…
No sé cómo me las apañaré para mantenerme íntegra y a salvo en esta sociedad que me es tan ajena. Espero que la Luz que mora en mí me indique el modo de salir con bien de esta prueba tan dura.

domingo, 15 de noviembre de 2009

Avanzando a Tientas -VII

Restañando heridas

“Rémol es un lugar bastante tranquilo. Salvo en lo que a política se refiere. ¡Ay, esta Condesa! Sin duda se ocupa en serio de que en sus dominios reine el orden… SU orden, naturalmente… Desde que la buena de Máhal cometiera aquél terrible desliz como emisaria de la Horda Liberada, parece ser debería lamerle los huesudos pies a Lady Sûzu para implorar un perdón que ya solicité en su momento. Si Milady se obceca en su paranoia y pierde aliados útiles por ello es problema suyo. Esta noche tampoco he podido coincidir con Milady, ¡qué le vamos a hacer!… Pescaré un rato en el lago Aguasclaras, que está desierto a estas horas, a ver si me despejo…”

Kluina-Ai Nubeblanca, alias “Klui”, andaba cavilando esas y otras cosas cuando, al llegar a la orilla, se dio cuenta de que interrumpía el baño de una mujer. Una cría de vermis de escarcha, al parecer mascota suya, vigilaba. Klui se detuvo tras un árbol. La singular criatura no reparó en ella. La sanadora tauren se asombró de lo que vió a la luz de las estrellas: La mujer era una no-muerta (una renegada, sin duda). Su cuerpo estaba increíblemente bien conservado. Si no fuera por el aura, la hubiera confundido con una persona viva. A esa distancia no podía distinguirlo bien, pero le daba la impresión de que estaba herida y tenía alguna cicatriz. Además, notó el característico olor de la sangre… ¡Sangre! ¡Ni añublo, ni líquido de embalsamar, ni otro compuesto alquímico! ¡Qué extraño!… La renegada se limpió, secó y desinfectó con destreza. Más difícil lo tuvo para vendarse y se notaba que el esfuerzo y el ¿¡dolor!? le pasaban factura. La joven, semidesnuda, se apoyaba de lado en el tronco de un árbol. Era obvio que lo estaba pasando mal. Klui no esperó más. De dos zancadas cubrió la distancia que las separaba. La cría de vermis se alborotó. La renegada alzó la vista sobresaltada. Miró a Klui con sus grandes y expresivos ojos que pulsaban con luz ámbar oscura. Estaba cansada y tenía miedo. Klui alzó las manos, con las palmas hacia fuera. Se desembarazó de Amor - su maza - y Paz - su escudo - aunque los dejó a mano, por si eran molestadas. También se quitó la cota de mallas.
- Buenas noches. Soy Kluina-Ai, chamán sanadora de la Horda. Permíteme ayudarte.
- Mi nombre es Margueritte, sacerdotisa. ¿Cómo sé que no me dañarás?
- Bueno… Si te aprieto al vendarte, avísame, por favor. – la tauren esbozó una sonrisa – Sin embargo, creo que tengo ya bastante práctica. Confía en mí.
- ¿Por qué haces esto?
- Soy incapaz de permanecer impasible ante el dolor ajeno. Es uno de mis múltiples defectos.
- Comprendo… - Margueritte sonrió levemente y le entregó un rollo de vendas de lino limpias.

La chamán, inmediatamente, comenzó la tarea. Sin duda, conocía a la perfección el oficio de curar y lo desempeñaba con dedicación y delicadeza. La joven, sin saber cómo, se encontró, ya vendada y vestida, tumbada sobre el cálido regazo de la tauren. Y le estaba confiando sus sentimientos e inquietudes a esa extranjera desconocida. Quizá había sido el gesto de Klui al descubrir sus heridas más íntimas (una mezcla entre compasión y reconocimiento, como si recordara algo), lo que convenció a Margueritte de su sinceridad. Además, no le había hecho ni una sola pregunta. Kluina-Ai la escuchó, le secó las lágrimas, lloró con ella, la abrazó, la acunó y canturreó para ella nanas tauren hasta que se quedó dormida. Después, la llevó en brazos al Mesón la Horca y la arropó en un lecho improvisado.
Al día siguiente, Margueritte se levantó recuperada. Encontró una carta de Kluina-Ai en la que le explicaba la existencia de una organización llamada Zeitgeist. Una hermandad para espíritus libres y conscientes, luchadores por la dignidad. Le anunciaba que contaría con su protección y que si lo decidía sería bienvenida entre ellos. Y le prometió que, pasara lo que pasara, pese a la distancia y el tiempo, estarían unidas. Sus días de soledad habían terminado.

sábado, 14 de noviembre de 2009

Avanzando a Tientas -VI

Tierra y Mar

La despertó poco a poco. Se pegó a su espalda y acarició su cuerpo desnudo mientras besaba su cuello airoso. Ella, medio dormida aún, pronto era de nuevo presa de la excitación. Él la saboreó largamente y ella, apenas despierta, se sumó una vez más al triunfo de la pasión y los sentidos, al juego del descubrimiento compartido, de la invasión anhelada, al perderse fundiéndose en el otro y reencontrarse en el reflejo de sus ojos.
-¡Max! – Ella pronunció su nombre al llegar al momento cumbre. Eso le llenó de satisfacción. Entonces, dejó de contenerse y estalló en su interior, brindándose ambos un clímax especialmente intenso.
Por más que se tratara de una sacerdotisa, le había sorprendido comprobar que, aunque no fuera virgen, era muy tímida y bastante inexperta. Él podía dar nombres de Hermanas de la Luz muy duchas en estas lides.
Ella se lo había confesado justo antes de que yacieran juntos, entre besos y abrazos.
- No esperarás que esté intacta, ¿verdad?- Sonrió pícara, aunque ruborizada.
- Margue, amiga… - Le daba la risa. – Esperaba de ti que me dieras clases… - Lo dijo en broma.
- Mi Capitán, – le acarició ese cabello negro ya canoso – hasta ahora solamente he conocido a un hombre… No creo que sea buena instructora para un lobo de mar como tú, Maxwell Seagull.   Ella hablaba con dulzura y bien en serio.
- Tranquila, pequeña... – La tomó entre sus brazos y aspiró su aroma a salvia, a cítricos y a flor de albahaca. – Surcaremos los océanos como no lo ha hecho nadie…

Avanzando a Tientas-V

De Caza

¡No me lo creo! ¡Lo hemos conseguido! Había que hostigar a la columna de la Legión mientras pasaba por esta zona boscosa (ideal para las emboscadas), aislar grupos del grueso y darles estopa ¿no? ¡Pues vaya que si lo hemos hecho! ¡Chúpate esa, capitán Callahan! Yo, Herbert Müller, oficial del Cuerpo de Exploradores de la Alianza he cumplido la “misión imposible”…
¡Lástima que hayamos pagado un precio tan alto! No habrá sobrevivido a esta acción ni un cuarto de la unidad. Todos heridos. Mucho me temo que si no reciben auxilio en poco tiempo, más de uno caerá antes del amanecer. Por desgracia, hemos perdido a uno de nuestros dos sanadores. Gracias al difunto Padre William se han salvado vidas y les hemos dado fuerte a los demonios. Ahora solamente nos queda la Hermana Margueritte. La tengo junto a mí, tendida, agotada, casi fuera de combate. También ha dado lo mejor de sí y ahora me asiste en mi lecho de muerte. Llora mientras aprieta mi vientre para evitar que se desparramen mis vísceras y me desangre. Me cubre con gasas, invoca a la Luz para cerrar este tremendo tajo… La pobre a lo más que llega es a aliviarme en mi agonía. Ella ya tiene demasiada experiencia como para no saber que estoy acabado. Me pierdo una vez más en sus ojazos de color avellana. Me mira: Sucia, ensangrentada, llena de rasguños, cortes, magulladuras, con la ropa desgarrada… Su pelea con esas zorras demonios le ha pasado factura, pero así ¡está tremendamente sexy! Sin darme cuenta, la estoy besando ávidamente y ella me acoge, se aferra a mí.
- Marge… - ¡cómo cuesta hablar cuando te ahogas en tu propia sangre! – Tienes que ponerte a salvo.
- Shh… Herb, no hables… - Aprieta los vendajes y me incorpora hasta sentarme para facilitarme la respiración.
- Esto… se termina… Pónle… mi nombre… a tu primer… hijo. – Sonrío. Seguro que doy pena.
- ¡Aguanta un poco más, por favor!... ¡No me dejes sola!... Pronto llegarán los refuerzos kal’dorei...
En su cara veo que siente lo mismo que yo: ¡Hemos tenido tan poco tiempo para gozar el uno del otro!...
- Te amo… - No es muy brillante, vale, pero es lo único que se me ocurre. – Sobrevive… Sé feliz.
Y la mujer que se me ha entregado sin reservas, con la que desearía pasar el resto de mis días, se funde conmigo en un abrazo desesperado; en un beso eterno, mientras se me escapa la vida.

Avanzando a Tientas-IV

El Deber

“Esto no puede ser real”- Es lo que pensaban algunos supervivientes mientras contemplaban el dantesco panorama. Se leía claramente en sus rostros estupefactos, macilentos y mugrientos. Lo decían sus ojos rojizos, brillantes, cuando no llorosos, e incluso hundidos a causa del agotamiento y el dolor. Se notaba en sus pasos, vacilantes. Se adivinaba en esa manera desapegada de socorrer a quienes lo necesitaban, como si nada importara ya; como si el tiempo no transcurriera.
Stratholme ahora no se parecía en nada a la próspera y bulliciosa ciudad amurallada que había sido; y era muy dudoso que se recuperara algún día. Todos lo sabían. Había sido sacrificada en aras del bien común. Era imprescindible amputar ese miembro corrupto para que no se gangrenara el Reino.
La firme convicción del Príncipe Arthas había terminado por vencer hasta al más renuente. Y el holocausto había sido consumado.
Con el alma partida, una joven sacerdotisa solicitó ser relevada de su puesto. Como se esperaba de ella, puesto que había sido cuidadosamente escogida para servir a las órdenes del Heredero, había cumplido fielmente con sus obligaciones. Su labor había sido incluso meritoria. Se le concedieron la licencia y la recomendación para el destino al que optaba: Asistente de la maga Jaina Proudmoore.
Margueritte, que había acatado sin una queja las órdenes recibidas, que sobrellevaba estoicamente la amargura de tanta tragedia… Se había venido abajo al percatarse de un detalle escalofriante: En los claros ojos de su bienamado Príncipe relucía cada vez más fuerte el gélido brillo de la demencia.

Avanzando a Tientas-III

Una margarita es una flor y no una piedra

Atardecer en primavera, orillas del lago Lordamere. Un hombre maduro, casi anciano, pasea ensimismado. El sonido de un laúd tañido con maestría lo saca de sus cavilaciones. Curioso, camina hacia adonde proviene la tonada, alzándose levemente el borde de la túnica para no enredarse en la vegetación y ser así más silencioso en su avance. Repeina su larga cabellera cana mientras aparta unos arbustos para descubrir al intérprete y contemplar mejor la escena que se desarrolla en ese apartado claro…
Y allí está, la señorita Edhelstein, la jovencita más cerebral que nunca había tenido como alumna (a excepción de Lady Jaina, pero, claro, ella es un genio de la magia), entregándose a la música fervorosa y apasionadamente. Finaliza esa pieza, un clásico cargado de dificultades técnicas. Hace una breve pausa, en la que se repone bebiendo agua fresca. Acalorada, derrama un chorro sobre su cara y su corpiño. Después, toma de nuevo su instrumento. Esta vez inicia un virelai, una canción que él desconoce (¿composición suya, quizá?). Lo que más le sorprende es la voz: Bien timbrada, aterciopelada, versátil, expresiva...
Esa sedosa cabellera castaña cayendo libre sobre los hombros descubiertos, ropa ligera ciñendo sus femeninas formas… Margueritte se le revela entonces como la sensualidad personificada: pura, inocente, natural. Augustus sabe que, si no se marcha enseguida, su integridad corre peligro: Ahora mismo la está mirando como artista y como mujer, no como a una más de sus discípulos. Y él es un profesor excelente. No fallará.
Con mucho cuidado retrocede sobre sus pasos. Le encantaría quedarse. Le apetece demasiado… Va dejando atrás el melancólico canto de esa voz melodiosa. Pronto deambula de nuevo a orillas del lago Lordamere, pensativo, a la caída de la tarde.

Avanzando a Tientas-II

Iniciaciones:

Dolor. Dolor insoportable. Dolor absoluto. El sufrimiento como única realidad posible. Miles de agujas atravesando cada poro de mi piel. Un estallido inacabable, inabarcable, de padecimiento que se enseñorea de todo mi ser y me reduce a la condición de pálpito atormentado, de mente colapsada, de espíritu encadenado por fuerzas más allá de lo humanamente posible.
No existe para mí más mundo que estas espesas tinieblas y no percibo sino los olores de mi propia inmundicia, los esforzados latidos de mi corazón, mi respiración entrecortada, mis sollozos… Y chasquidos, golpes, susurros incomprensibles… Y risas.
Siento que desfallezco, que es imposible soportarlo. Una vez más grito liberando mi angustia, mi terror, pero, sobre todo, intentando dar cauce al torrente de rayo y ácido que parece, simultáneamente, cubrirme y querer salir de mi cuerpo. Y oigo cómo ese alarido se va debilitando hasta apagarse en un gemido…

Entonces despierto.
Es todavía de noche. Carámbano, la cría de vermis de escarcha que me acompaña, lame solícita mis lágrimas. La abrazo. Su tacto, suave, y su temperatura, extrañamente cálida, me reconfortan. No sé cómo ni cuándo nos hemos conocido, pero me alegro de que haya acudido a mí de nuevo. Así estoy menos sola.
Me estremezco. Las heridas han vuelto a sangrar. Es extraño. Cada vez que tengo pesadillas me sucede lo mismo. Se reabren, al parecer. Y encima fastidian un montón. Pero bueno, ¿no quedamos en que los muertos ni se enteran si les machacas? Pues yo estoy muerta, bien que lo sé, y cada vez que lucho y me golpean… ¡Vaya que si me doy cuenta!... Mis percepciones son más precisas, más sutiles de lo que yo había podido imaginar. Todo está impregnado de matices que antes no estaban a mi alcance y me siento torpe y desbordada. Ni siquiera reconozco las sensaciones que me envía mi propio cuerpo. Saturada, he de aprender a manejarme en mi nueva situación: Debo recuperarme y continuar hacia adelante.
Salgo del Mesón la Horca y me encamino a la charca Aguasclaras para asearme. ¡Qué diferente es el paisaje y quienes lo habitan ahora! Apenas pienso en ello, me pueden la añoranza y la tristeza. Soy una extranjera en mi propia patria. ¿Consistirá en eso el ser una Renegada?

viernes, 13 de noviembre de 2009

Avanzando a Tientas-I

Prólogo: Despertares
 
Con un gemido ahogado, angustiada y sollozando, retorna a la vigilia. Está pringosa y aterida. Se arrebuja aún más en la gastada manta que la cubre. Poco, pero de nuevo ha sangrado. Dedica un tiempo a serenarse, quieta, en posición fetal, oculta dentro de su precario lecho. Cuando se le acaban las lágrimas y, aunque entumecida, es capaz de moverse, se levanta.
En ese rato ha ordenado sus pensamientos, así que sabe cuál es su situación: Camposanto, antes del alba; Se llama Margueritte Eleanore Edhelstein y está muerta.
“¡Cielo santo! Necesito un baño. Un baño, un buen desayuno… Y muchas, muchísimas respuestas…”

Entre bambalinas


“Míralas: ¡cómo crecen nuestras tres flores!”- Prudence sonreía orgullosa a su marido mientras cosía al calor del hogar.
La familia residía en el ala del Palacio Real reservada a la servidumbre. Tanto ella, (administradora, contable y escriba), como su esposo (mayordomo y ayudante de cámara) formaban parte de la élite funcionarial que movía los engranajes del reino. Ambos conocían a la perfección la corte de Lordaeron, pues sus respectivos linajes estaban ligados a ésta desde hacía generaciones. Vivían confortablemente y a salvo. Podían brindarle a su descendencia manutención segura y una educación privilegiada. ¡Qué más se podía pedir! Franz correspondió a su sonrisa y alargó la mano, acariciándole la mejilla. La mujer  no supo, o no quiso, ocultar su sonrojo. Le cogió de la mano y la besó dulcemente. La pareja (que se sentía en la plenitud de sus días) se aseguró de que las hijas estaban ocupadas y, discretamente, se escurrió hacia el dormitorio…
Mientras tanto, Margueritte (la primogénita, de once años) ayudaba a Carolina (de ocho) con sus tareas de aritmética. Discutían: Carolina quería la respuesta y Margueritte no estaba dispuesta a dársela, sino a indicarle cómo encontrarla.


-         ¡No quieres ayudarme!, le espetó, enfadada.

-         A ver… No es eso… Es que si te digo el resultado no aprenderás nada. – le replicó la mayor – ¿No recuerdas lo que nos dice el tutor?: “No regales peces: Mejor enseña a pescar.”


-         ¡Esto es muy lento y es un rollazo! – Los lindos ojos verdes claros de la rubita echaban chispas y se puso “de morros”. - ¡Quiero la solución, no otro sermón!


-         Por favor, Carol… Si tú eres muy lista… Seguro que con un poquito de paciencia…


-         ¡Pfft!.. ¡Hazlo tú, empollona! Prefiero jugar con Lily.

Y la guapa niña de rizos dorados se levantó y, ni corta ni perezosa, se desplazó unos metros más allá, en donde una pecosa picaruela de unos cinco años, cabellos rojizos y ojos también verdes se dedicaba a practicar rudimentarios trucos de manos.



- ¿Todo bien, Margot? –  Era evidente que no. Estaba frunciendo el ceño y tenía las mejillas encendidas.

- Mamá, es que…


- ¡Chivata!



Prudence dejó escapar un suspiro de madre conciliadora. Con una mirada calmó a su pequeña filósofa mientras se llevó de la mano a la princesita y la sentó para que retomara el trabajo. El anuncio del postre bastó para que Carol recuperase el buen humor; El vínculo entre sus deberes y el catarlo terminó de convencerla. Mientras, Franz se aseguraba de que Lily no rompía nada. Así, pronto estuvo servida la cena.

Margueritte Eleanore Edhelstein: Lo visto y lo oculto

  Color de ojos: Ámbar              Altura: 1’71     Peso: 59 kg.
Estado de ánimo: Pensativa y resuelta al mismo tiempo.

Si no fuera por esos espeluznantes ojos pulsantes ambarinos y ese aura inconfundible, marcas de la esencia que la imbuyó de No-Vida, nadie diría de que trata de un cadáver animado: Nada de huesos desnudos, nada de flaccidez ni heridas a la vista (salvo un moratón en el mentón izquierdo y otros dos más pequeños en la unión de cabeza con cuello,). Sus labios amoratados, sus marcadas ojeras y su pálida piel azulada parecen indicar que tiene frío. El rostro, agradable, sin estridencias: Frente amplia, cejas escasas y poco arqueadas,  nariz levemente respingona tirando a pequeña y labios finos. Esta mujer está - estaba - en la flor de la vida: Rondaría los treinta años.
En cuanto a la higiene y al proverbial "olor a muerto"...  Es extremadamente pulcra  y de ella emana un relajante aroma de perfume  (flor de albahaca con marcados toques cítricos). El aliento, hierbabuena fresca. Los cabellos, cortos y de color castaño rojizo, parecen recién peinados.
Viste de manera discreta y muy pudorosa, ocultando todo lo posible su cuerpo,  que es proporcionado y nada espectacular: Ropas prácticas y de hombre que no dejan entrever apenas nada de ella.

Su voz es suave, cálida,  bien timbrada. Seguramente cante bien. (Mezzosoprano?) Sufre una carraspera casi imperceptible, y puede que, de repente, se lleve la mano a la garganta con un gesto de dolor mientras enmudece bruscamente.
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Si pudieras ver lo que oculta bajo la ropa...
Abrasiones de finas pero incisivas ligaduras en muñecas y tobillos, morados por todo el cuerpo, arañazos (¿o azotes?) en la espalda, hombros, costado, incluso enroscándose en los muslos, atravesándole el torso... Ni ella misma puede ver todas las marcas que tiene. Las que puede ver le asombran por su frescura: Apenas recién restañadas, le molestan intensamente e  incluso, en algunas ocasiones, se reabren.