sábado, 28 de agosto de 2010

Reflexiones, Exabruptos y Lamentos - I


El silencio es un grito que no cesa,
tantas veces sofocado a duras penas;
enquistado en una mente que estalla,
ahíta de vacío.
Se atropellan unas a otras las palabras
ansiosas por salir
y respirar de nuevo libres.
Mas, temiendo al propio peso y sentido,
quedan paralizadas al borde de la sima
que separa la sensatez de la locura;
Hasta que, cobardes e impotentes
fenecen por asfixia,
víctimas de sus respectivas sombras.

(28/08/2010)

viernes, 13 de agosto de 2010

Saliendo del armario equivocado: 3-Catarsis.

La ciudad entera se arremolinaba en torno al edificio hacia el que Ahti conducía a su “invitada”.  Podría decirse que pisaban una rosquilla plana adosada a esa imponente construcción central. Amplias, sólidas y cuidadas rampas conectaban ese cinturón con el  suelo, donde se ubicaban los suburbios.  Una ráfaga de viento vespertino inundó sus fosas nasales con exóticos aromas. Desde donde  estaban podían divisarse  los tenderetes, tiendas de campaña y puestos de mercaderes  que componían el grueso de los arrabales, allá abajo.
Habitaba la urbe una abigarrada mezcolanza de  edades, sexos y  razas, algunos absolutamente desconocidos para una asombrada Margueritte. La guardia draenei, (habitantes originales del lugar, según tenía entendido), sin ir más lejos, montaba unos enormes animales de formas más bien redondeadas y ¿trompa? en la cara. Sin lugar a dudas, hallaban refugio aquí desventurados de toda clase y condición.
Si alzaba la cabeza y esforzaba mucho la vista, llegaba a vislumbrar las dos elevadísimas plataformas en las que moraban separados por un lado los elfos de sangre y sus aliados (llamados Arúspices) y, por el otro, más arriba aún, los muy píos sacerdotes y anacoretas nativos, los celosos y vigilantes Aldor.
Los edificios, que estaban en su mayoría adosados a lo que venía a ser la muralla exterior, parecían esculpidos. Incluso surgían de las pareces simétricas formaciones cristalinas, lanzas de vidrio azulado en costados de roca viva. Como no había recorrido la ciudad, nada sabía sobre ellos.
Colores, olores, sonidos… Todo le decía a la asombrada sacerdotisa que estaba, efectivamente, en otro mundo. Y así era.
Sin embargo, conforme se aproximaban al Centro, evitando interferir en el entrenamiento de esforzados luchadores y pasando entre gentes que charlaban, reían o lloraban, Margot perdía el interés en el singular entorno: La mayor de las maravillas estaba ahí. Imposible no percibirlo.
Lo anunciaba ese intenso fulgor, columna resplandeciente, espada intangible de radiación afilada, que brotaba triunfal hacia el cielo desde la obertura de  esa inmensa cúpula que culminaba el enorme corazón pétreo de la ciudad.
Lo proclamaba el viento, transmitiendo los tintineos de ese peculiar carrillón; Susurros argénteos y risas cristalinas componiendo una entrañable tonada de esperanza que sonaba más clara y más fuerte contra más se acercaban.
Traspasó, expectante el umbral.
Entonces lo vio.
Energía en estado prácticamente puro. Imbuido con el poder que otorgan la sabiduría y los conocimientos adquiridos durante eones. Henchido de Gloria e irradiando el gozo de, simplemente, existir, flotaba ingrávido. De él emanaba Paz y a Margot le pareció que sonreía amoroso, aunque su abstracta y poliédrica manifestación física careciera de rostro.
A’Dal, el Naaru, el  Ser de  Luz, proseguía su particular danza, aparentemente ajeno al entorno.
Sin darse cuenta, la mujer había caído de rodillas, postrándose ante Su Presencia. El Cruzado, muy atento a las reacciones de la “renegada”, pudo notar cómo se le aceleró la respiración y cómo de sus ambarinos ojos pulsantes surgieron las primeras lágrimas.
La no-muerta lloraba vuelta hacia Él, de hinojos, arrobada y absorta.
Extrañamente, no era ni añublo ni ponzoña lo que surcaba su cara: Eran gotitas casi transparentes que destellaban fugazmente  en su camino hacia el suelo.
Margueritte, absolutamente sobrepasada por la oleada de sentimientos que la invadían, e incapaz de atender a nada más que al Ser de Luz, había olvidado incluso por qué o para qué había acudido.
Sólo sabía que A’Dal, durante una fracción de segundo, había posado Su atención en ella, criatura inferior e indigna… Y la había acogido, dándole la bienvenida.
Reparó entonces en su anfitrión,  quien no le quitaba ojo de encima.
- Él me ha reconocido,Ahti. – No podía detener ese llanto liberador y le costaba hablar. -  Ha visto a la mujer que fui, la que soy, la que seré…
No le reveló la certeza íntima de que estaba llamada a formar parte de Sus huestes, cuando estuviera preparada. Ni que, por fin,  y gracias a Él, había comprendido y asumido que su “naturaleza” era una circunstancia que no alteraba su esencia. Ella, su alma, pese a todo, era la misma.
El Cruzado asintió lentamente. Se percató de que había transcurrido más tiempo del que creía y se preocupó por la tardanza de su compañero, pero justo cuando salía a buscarlo vislumbró la inconfundible silueta de Theron cerca de la entrada.
La sacerdotisa,  conmocionada y hondamente conmovida, apenas fue consciente de lo que sucedió a continuación: Los elfos  conversaban  e intercambiaban miradas cómplices entre  sí; Ahti dijo algo sobre que su  llegada  era una bendición… Estaba saturada. Ese encuentro la había agotado física, mental y anímicamente.  Distraída, seguía la conversación con dificultad,   y sus respuestas eran monosílabas, maquinales.
Debieron  percibir  su estado, pues se ocuparon de proporcionarle alojamiento y la dejaron en la posada, para que se recuperase de la fuerte impresión que producía, por lo visto  en cualquiera, esa “primera vez con A’Dal” .
Suave, ligero como la brisa, hasta los educados oídos de Margueritte Eleanore Edhelstein llegaba el eco de la jovial, cristalina y etérea voz del Naaru.
Ese inefable cántico de virtudes y de dicha que permanecería grabado en su memoria para siempre.