sábado, 11 de septiembre de 2010

Brumas de la memoria

Miro hacia atrás y me resulta curioso comprobar hasta qué punto la memoria puede ser cómplice y traidora al mismo tiempo. Cómo parece retener  detalles en apariencia insignificantes y convertirlos en reclamo, en la señal que marca páginas decisivas de nuestras vidas:

El incesante rumor de fondo provocado por el estrépito de una inmensa cascada; aromas vegetales portados por la brisa de la tarde, anunciando la continuación del eterno ciclo natural, imperturbable; el crepitar de una gran hoguera; el calor de sus llamas acariciando un tanto amenazantes la palma de mi mano dolorida, sangrante y desnuda; la cosquilleante sensación de estar participando en algo importante, aunque no supiera aún en qué medida…

Recuerdo bien eso.

Más que las preguntas, las respuestas  y los discursos que se pronunciaron ese día, se me grabó el sentimiento de cercanía y de respeto entre personas tan diversas como las que allí estuvieron reunidas.

De algunos apenas podría recordar sus caras y menos sus nombres: Otros llegaron para quedarse, pues nuestros caminos se cruzaron desde ese instante, quizá para siempre.

Ahti dirigió el debate, creo. Diferentes voces fueron desgranando pausadamente los temas que se trataron.

Se habló del futuro incierto; de vigilar las oscuridades (interiores y externas) en tiempos cada vez más tenebrosos; de  lealtad en circunstancias ambiguas.

Valdor, (mi valedor y amigo) me presentó ante el resto. El mismo Ahti se declaró favorable a mi incorporación y Lady Crowen también mostró su apoyo dada la confianza absoluta que, confesó, sentía hacia mi “padrino”.

Para probar nuestro carácter, el Cruzado nos formuló a los aspirantes una pregunta sumamente comprometida.

Sorpresivamente, mi contestación  (al parecer errónea) no resultó obstáculo para que los congregados aprobaran mi ingreso en ese Círculo.

Sinceramente,  sigo opinando lo mismo al respecto; así que continúo equivocada. Y no, no es porque me subvalore, (como amablemente me señaló el paladín elfo) sino porque ni me siento legitimada a decidir por otros ni me veo capaz de evaluar las capacidades de desconocidos.

Crowen, la Dama de la Muerte, se convirtió en mi anfitriona.

Fue ella, tan gélida en apariencia como gentil en el trato, quien se encargó de que siguiera sin perderme el ritual que me hermanó a los demás miembros de aquella singular agrupación; Quien me entregó el cuchillo con el que sellé el juramento por el que comprometía el resto de mi existencia a esa causa que daba algún sentido a mi no-vida.

Iluminada por la equívoca claridad del crepúsculo, que tiñe de irrealidad paisajes, hechos y certezas, escuché y repetí las palabras que nos unían:

“Justicia y Retribución.

Eterna como la muerte es nuestra
lucha, sin descanso ni tregua.
En el círculo nos miramos.

Como hermanos, juramentamos.

Siempre prevalecer. Nunca desfallecer.

Justicia y Retribución.”

Murmullos quedos, que se fundían con los otros sonidos del entorno en una hipnótica tonada.

Más que una declaración, era para mí una sentencia con ritmo y cadencia de letanía. 

¿Sucedió realmente así, o se trata de una ensoñación con la que compenso mis carencias?

Se me antojan tan lejanas aquellas horas lánguidas y serenas…

Cierro los ojos, sin embargo, y evoco sin dudar ese paraje de extraña y sublime belleza:

Paz en el ojo del huracán;  A las puertas de la iniquidad, pureza.

Mi mente y mi alma, en momentos de necesidad,  se aferran a ese recuerdo lleno de matices y de brumas.

Y, exista o no, sea imaginado o real…

Cuando se lo pido, allá regresa.