Querido esposo:
Cuando
leas estas líneas, estaré lejos. No te inquietes ni me persigas: Nos
encontrarás, a mí y a tu hija, a salvo en Brisa Pura.
Preferiría que no vinieras a visitarnos en un tiempo. Necesito que me concedas algo de tranquilidad.
Sabes
que aún te amo, Beltorey. Has sido el primero y eres el único. En
cambio, bien me consta que ni fui la primera ni soy la única para ti.
Eso duele intensamente, aunque podría sobrellevarlo. No así tus excesos,
señor mío. Son indignos de tu condición y tu crianza y no estoy
dispuesta a vivir disimulando lo evidente.
Además,
no hay sitio para mí en la casa de tu madre. Hemos discutido en
innumerables ocasiones por su causa. Nada más añadiré. Esta “plebeya
advenediza y pueblerina” prefiere vivir sola, sin servidumbres.
No
permitiré que nuestra criatura se críe en un ambiente tan artificial y
enrarecido. Guaxara es poco más que un bebé, pero se da cuenta de
muchas cosas. Quiero que crezca y se convierta en una elfa como Belore
manda y no en una estúpida prepotente.
Hace
rato que ha caído la noche. El canto del búho indica la hora propicia
para partir. Las estrellas iluminan el camino y la luna me sonríe. Me
fundiré con las sombras de nuevo. Puede que incluso me dé un último
chapuzón en el lago antes de abandonar Corona del Sol. A tu hija también
le gusta el silencio ¿lo sabías?. Su sonrisa lo merece todo, amor.
Cuídate. Te dejo, pero siempre estoy contigo.
Se despide con un beso
tu esposa,
Zulema