domingo, 27 de diciembre de 2009

Esperanzas perdidas

Rodilla hincada en el frío suelo enlosado, cabeza gacha y pesar casi insoportable. Lo retrasé tanto como pude, pero el deber me reclama  y esta vez no hay excusa que me salve de acudir a la capital, Entrañas. Por eso estoy aquí, rezando frente a la tumba de mi Rey.

Mi buen e imperfecto rey Terenas, al que tan devotamente ha servido mi familia; El monarca que unió a tantos contra la Horda que amenazó con asolar su reino; El amante esposo y ejemplar padre que se desvivió por su heredero; El hombre que no pudo salvar a los suyos ni a sí mismo de la traición cometida por su propio hijo, convertido en un terrible sádico desalmado sediento de poder. ¡Cómo no llorar su muerte y los hechos que la antecedieron y precedieron! ¡Cómo no sentirse culpable por sobrevivir!.

Me siento traidora a mi familia, a mi patria. Yo no estuve aquí, en la Capital de Lordaeron. Hacía mucho que vivía lejos. Huí. Los abandoné. Marché con Jaina, en pos de unas tierras libres de la Plaga. Buscábamos un futuro mejor para todos: Encontramos un nuevo mundo… Y a los enemigos del pasado. También comprobamos que el Mal solamente puede ser detenido con compromisos y sacrificios más allá de lo imaginable: Nuevas alianzas se forjaron; participamos en batallas épicas entre poderes místicos inconcebibles para nosotros, simples mortales; Conocimos maravillas y horrores, dolor, derrotas y, al fin, todos juntos logramos prevalecer sobre quienes deseaban ensalzarse a costa de destruir este mundo.

Sin embargo, el precio fue muy elevado para todos: Jaina misma acabó enfrentándose a su propio padre (el Almirante de Kul-Tiras). Tuvo que elegir entre la obediencia filial o cumplir su palabra y honrar el Pacto con Thrall, el líder orco. Se decantó por lo segundo; Yo… Desde que pedí el cambio de destino y engrosé el séquito de la maga, no he vuelto a saber nada de mis padres ni de mis hermanas. Técnicamente no deserté, pero no creo que les gustase mi decisión. Ahora es tarde. Solo ruego por su descanso eterno.

Un solo hecho me consuela: No verán en qué me he convertido. Y es que no parece quedar espacio para la esperanza en este mundo: Tanto esfuerzo por cimentar una alianza duradera contra la Plaga, por cumplir con honor ese Pacto que tan caro nos ha costado y… se nos muere. No es más que una quimera, un parón en las hostilidades. Cada día que pasa los enfrentamientos entre Alianza y Horda tienen mayor frecuencia y, lo que es peor, son más importantes. La “paz” estorba. Nos odiamos y estamos deseando abalanzarnos los unos sobre los otros para eliminarnos mutuamente sea como sea. Mientras, en el Norte, quien fuera mi príncipe continúa sobre su helado trono de maldad sin límites y las potencias de la Legión medran a nuestra costa.

Por eso estoy aquí, orando postrada delante del enterramiento de mi añorado rey. Del señor de un reino que ya no existe más que en nuestros recuerdos. Símbolo de sueños rotos, esperanzas perdidas, ideales eternos…

Reposa en paz, Sire.

Recuérdanos quiénes fuimos. Aunque duela.

miércoles, 23 de diciembre de 2009

Efluvios entrañables

Un bosque de ensueño febril; formado por árboles caducos, enfermos, corrompidos hasta más allá de la podredumbre. Los arbustos que medran a su lúgubre sombra son tan raquíticos como mortecina es la luz solar que les llega. Las criaturas que lo habitan bien podrían haber salido de un cuento de terror: canes demoníacos y murciélagos vampiro, entre otros. E incluso la lluvia, que debería limpiar las heridas de esa tierra maldita, solamente enloda los caminos y acentúa la sensación de infinita melancolía, de desazón, de desamparo…
En este bosque, se hallan los Claros de Tirisfal, y, en ellos, tanto la muy pintoresca y visitada localidad de Rémol como, cerquísima, la cosmopolita sede del reino renegado, Entrañas.
Entrañas… Más que un nombre, una definición: Lo que antes era el sistema de cloacas de la próspera Capital de Lordaeron, por obra y gracia del invasor Rey Exánime (nacido como Príncipe Arthas Menethil, heredero del Reino) se había convertido en una gran ciudadela  subterránea. Una peculiar urbe regida por Sylvanas Windrunner quien, al liberarse de la tiranía de Arthas, la reclamó para sí y sus seguidores, los no-muertos con voluntad propia,  a quienes llamó Renegados. Irónicamente, cualquier visitante comprobará que, en en fondo (¿o quizá no tanto?), el lugar no ha cambiado, puesto que está repleto de desechos de todo tipo:  Un río de añublo recorre los colectores de aguas fecales; En el Apothecarium, los Boticarios se dedican a sus secretos y escabrosos experimentos y su laboratorio – especialmente la zona donde se crean las abominaciones – parece (bueno, es) una carnicería; Justo al lado de sus laboratorios, en jaulas, están sus desgraciados cobayas (humanos y enanos, principalmente); En el Barrio de la Guerra, los más inexpertos mejoran sus habilidades ensañándose con humanos maltrechos y desarmados; En el centro  de la ciudad, hay una cocinera que elabora sus platos sobre una simple hoguera, sin chimenea  ni extracción de humo de ningún tipo y bajo el  banco, que está allí mismo, vive un vendedor de ¡cucarachas!. El resultado de estas actividades, mas las propias de los múltiples oficios, mas el detallito de que los habitantes son cadáveres andantes, ha de resultar por fuerza demoledor para el olfato y los pulmones de todo ser viviente. Y sin embargo, los por aquí llamados “vivos”  despectivamente, no tan sólo frecuentan Entrañas como punto de enlace, correteando hacia los elevadores para llegar a tiempo a las torres de zeppelines goblin erigidas justo a la salida de las ruinas de Lordaeron, sino que algunos - al parecer – residen en tan inhóspita morada.
Entre esas personas resistentes a la falta de oxígeno, al hedor insoportable y al tenebroso mal gusto en la monótona decoración (y no hemos mencionado nada del alegre y hospitalario carácter de sus habitantes), sin duda podemos contar a la muy gentil e intrigante sin’dorei  Kalishta Shrien’Dralar, Embajadora de la Horda.
Fiel a la causa de la Reina Alma en Pena, practicante de las Artes Oscuras (léase bruja), se había trabajado arduamente una sólida reputación entre los suyos pese a su condición de hechicera y estaba muy bien relacionada. Trataba de tú a tú con los más diversos e influyentes individuos de la Horda. El aura de misterio que la envolvía le era muy útil para sus propósitos. Tan hermosa como calculadora, no tardó en llamarle la atención una renegada muy rara que le había salido respondona a su aliada la Condesa de Rémol: Margueritte Edhelstein.

domingo, 13 de diciembre de 2009

Pequeña serenata nocturna

         Rémol, Claros de Tirisfal, alrededor de las diez de la noche.  Margueritte llega al Mesón de la Horca, cansada. Además de los parroquianos habituales, una nueva figura se destaca entre la concurrencia: Por lo visto, Renée cuenta con un nuevo ayudante. Si no, no se explica que ese renegado porte sobre los calzones un delantal y esté barriendo el suelo, vamos. ¡Ah,sí! También hay una parejita de elfos de sangre mirándose con ojitos de cordero degollado mientras se dicen intrascendencias.
Margue decide hablar con el renegado del mandil y la escoba. Al fin y al cabo sería muy desconsiderado por su parte no presentarse, cuando reside en el mesón. Incluso puede que este mozo sepa responder a sus demandas, o al menos orientarla.
- Buenas noches. – Muy cortés, el “posadero” la saluda en cuanto la ve acercarse.
- Muy buenas noches tenga usted. – Margue no iba a ser menos, claro.
- Soy Fritz, ayudante de Renée. Dígame, ¿en qué puedo servirla, señora?
- Mi nombre es Margueritte y resido en el mesón. La señora Dedmar me acoge en su habitación. Escuche… ¿Sabe si hay alguna manera de conseguir domicilio propio por aquí? Es que necesitaría algo más de intimidad…
Mientras tanto, los dos hermosos representantes de la más arcana raza continuaban entre murmullos su cortejo. El elfo galante alza la voz:
- ¡Oiga! ¿Nos sirve un té, por favor?
A Fritz no le gusta nada que le interrumpan mientras charla.
- No tenemos té. – Es su respuesta. El tono agriaría la leche fresca. Se gira hacia Margueritte, dispuesto a continuar la conversación…
- ¿¡Cómo que no tienen té!? – El apuesto galán no da su brazo a torcer, indignado e incrédulo. – ¿Y agua caliente?.
- Tampoco. – La expresión y las maneras de Fritz expresaban justamente eso: “A los elfos, ni agua”. – Como le decía, señora…–continúa hablando con Margue, pero esta vez en viscerálico –… Me temo que ese tipo de asuntos deberá tratarlos con la Condesa en persona, aunque yo siempre he visto que cuando hace falta intimidad se usa el edificio del Concejo, que es de acceso restringido.
- Claro… Pero el Concejo es el centro administrativo del pueblo… No creo que sea habitable. – Ella responde también en su lengua vernácula – De todos modos, muchas gracias. Intentaré hablar con la Condesa, como me decís.
Para ser un simple “mozo de posada”, Fritz goza de muy buena instrucción. Se ve de lejos que, pese a lo humilde de sus ropajes, no es en absoluto un vulgar friegasuelos. Su aspecto, cuidado dentro de lo posible, sin llegar a atildado, contribuye a dar esa impresión.
A los elfos no les ha hecho ninguna gracia que los renegados se hayan arrancado a largar en un idioma que no comprenden: Seguro que están hablando mal de ellos (no existe otro tema de conversación en el universo). Así que no se les ocurre otra que conversar (o criticar, nunca se sabe) en su musical thalassiano. Para Fritz es una oportunidad como cualquier otra para meterse con ellos.
- Yo de ustedes no hablaría en un idioma que no es el oficial del Reino, no sea cosa que se les acuse de… traición. – Les espeta muy sarcásticamente. Su pronunciación del idioma orco es más que correcta.
- Ven, querida. Subamos. – Los jóvenes enamorados piensan retirarse y terminar en paz la velada, pero no cuentan con la saña de Friz.
- ¡ De eso nada! ¿Qué se creen? ¡Esto es una posada decente, no un “picadero”! ¡Venga! ¡Arreando! – Les impide el paso y les “enseña la salida”, amenazándoles con la escoba.
A los “tortolitos” no les queda otra que marcharse. Lo hacen ofendidos y enfadados, por supuesto. Margue no acaba de dar crédito a la escena que acaba de presenciar. ¿Esa airada reacción es fruto de una profunda preocupación por la moralidad y las buenas costumbres, o más bien del resentimiento, de la “envidia cochina”? Vota por lo segundo, sin duda.
Desvelada e inquieta, Margueritte decide caminar un poco e ir a pescar al cercano lago Aguasclaras para serenarse. La noche está despejada, sin nubes. Las estrellas tililan y la temperatura no es demasiado fría. Ni siquiera tiene que pelearse con ningún can de peste ni murciélago sombrío mientras pasea. Una vez en la orilla del lago, busca un lugar que le parece adecuado, protegida por tres árboles, prepara los cebos y vacía su mente de preocupaciones, atenta solamente al movimiento del corcho y la tensión que le transmite su caña. Llevaba así un buen rato cuando un percance la sacó de su relajación: ¡Un corcel enorme casi se estampa contra los árboles! ¡Menudo susto! Ni se fijó en quién podía ser el jinete, la verdad. Mientras se reponía del sobresalto, todo lo más pensó que había gente muy temeraria por el mundo. De nuevo, Margot dispone sus aparejos de pesca, pone el cebo, se sienta y se concentra. Los peces pican, asimismo. Pero no, está escrito que esta no va a ser una jornada tranquila: Un galope desenfrenado la saca de su ensimismamiento. Escarmentada ya, se levanta presta a quitarse de en medio cuando…
- ¡Pesca, renegada, pesca!. – Le increpa una voz cantarina desde lo alto de un imponente caballo.  Acto seguido, la femenina figura montada escupe a la cara de Margue, acertando de pleno. Para ello ni siquiera se detiene, solamente ralentiza un poco el paso. En cuanto ha dado en el blanco, prosigue su marcha al galope como si tal cosa. La sacerdotisa no tiene tiempo de reaccionar. Estupefacta, incapaz de creer lo que acaba de sucederle, se limpia el rostro con un paño de lino. Luego sigue a lo suyo.
Más tarde, pensando en ello, le parece que quien la ha agredido bien puede ser uno de los dos elfos que esta noche ha echado Fritz del Mesón. La mujer (con lo maja que parecía), para ser más exactos. ¡Y menuda puntería que tiene!, además de un carácter rencoroso y desabrido. Para que luego se diga de los renegados: Se llevarán la palma, pero no son los únicos vengativos, ni mucho menos. Como suele suceder, las apariencias engañan.
Lección a tener en cuenta: Los renegados crían la fama y. sin embargo, aquí todos cardan la lana. Margot toma buena nota de ello.
La hermana Margueritte recoge sus cosas y se dirige, lentamente, hacia Rémol. Allí descansará plácidamente, acompañada por la tranquilizadora presencia y el dulce tiritar de su eternamente desvelada anfitriona, los armoniosos aullidos de agonía procedentes del sótano,  las encantadoras broncas del salón…
- Otra noche en el cuarto de Gretchen… ¡Horror!

sábado, 5 de diciembre de 2009

Renegando

Despertarse de madrugada, con la desagradable sensación de que, en lugar de descansar, ha estado combatiendo una vez más contra  las pesadillas. Curarse y vendarse unas heridas apenas cicatrizadas que pertenecen a ese temido pasado cuyo recuerdo le esquiva y a la vez le atormenta.  Adecentarse y vestirse haciendo caso omiso de cuánto le molesta el roce de la tela sobre su piel, en tantas zonas desgarrada. Moverse obviando lo dolorida que se siente, de qué sorda y perentoria manera protestan incluso sus partes más íntimas ante el menor esfuerzo. Fingir que nada sucede. Acudir a recibir lecciones, entregar misivas… Cumplir con esas obligaciones que a menudo detesta.
Es una cruel rutina para Margot. Se obliga, a seguirla, sí, pero a duras penas logra concentrarse. Desearía arrebujarse calentita en una cama, quieta y a salvo; Dar rienda suelta al dolor y la impotencia que tanto la merman; Descansar, quizá para siempre… Sin embargo, disciplinadamente, emprende la marcha apoyada en su bastón. Algo más pálida de lo normal en ella, silenciosa, incluso taciturna, en días así anhela la soledad como nunca.
Margot está segura de que su pequeño secreto estará a salvo. Esos pormenores pasarán desapercibidos puesto que, entre Renegados, no suelen importar un ardite: Ya estás muerto. Ni sientes ni padeces. Y si lo haces peor para ti, porque es muy fácil que te caigas a cachos. No sirven de nada los escrúpulos ni las sensiblerías. No hay descanso, ni bondad,  ni piedad en la No-Vida.