domingo, 13 de diciembre de 2009

Pequeña serenata nocturna

         Rémol, Claros de Tirisfal, alrededor de las diez de la noche.  Margueritte llega al Mesón de la Horca, cansada. Además de los parroquianos habituales, una nueva figura se destaca entre la concurrencia: Por lo visto, Renée cuenta con un nuevo ayudante. Si no, no se explica que ese renegado porte sobre los calzones un delantal y esté barriendo el suelo, vamos. ¡Ah,sí! También hay una parejita de elfos de sangre mirándose con ojitos de cordero degollado mientras se dicen intrascendencias.
Margue decide hablar con el renegado del mandil y la escoba. Al fin y al cabo sería muy desconsiderado por su parte no presentarse, cuando reside en el mesón. Incluso puede que este mozo sepa responder a sus demandas, o al menos orientarla.
- Buenas noches. – Muy cortés, el “posadero” la saluda en cuanto la ve acercarse.
- Muy buenas noches tenga usted. – Margue no iba a ser menos, claro.
- Soy Fritz, ayudante de Renée. Dígame, ¿en qué puedo servirla, señora?
- Mi nombre es Margueritte y resido en el mesón. La señora Dedmar me acoge en su habitación. Escuche… ¿Sabe si hay alguna manera de conseguir domicilio propio por aquí? Es que necesitaría algo más de intimidad…
Mientras tanto, los dos hermosos representantes de la más arcana raza continuaban entre murmullos su cortejo. El elfo galante alza la voz:
- ¡Oiga! ¿Nos sirve un té, por favor?
A Fritz no le gusta nada que le interrumpan mientras charla.
- No tenemos té. – Es su respuesta. El tono agriaría la leche fresca. Se gira hacia Margueritte, dispuesto a continuar la conversación…
- ¿¡Cómo que no tienen té!? – El apuesto galán no da su brazo a torcer, indignado e incrédulo. – ¿Y agua caliente?.
- Tampoco. – La expresión y las maneras de Fritz expresaban justamente eso: “A los elfos, ni agua”. – Como le decía, señora…–continúa hablando con Margue, pero esta vez en viscerálico –… Me temo que ese tipo de asuntos deberá tratarlos con la Condesa en persona, aunque yo siempre he visto que cuando hace falta intimidad se usa el edificio del Concejo, que es de acceso restringido.
- Claro… Pero el Concejo es el centro administrativo del pueblo… No creo que sea habitable. – Ella responde también en su lengua vernácula – De todos modos, muchas gracias. Intentaré hablar con la Condesa, como me decís.
Para ser un simple “mozo de posada”, Fritz goza de muy buena instrucción. Se ve de lejos que, pese a lo humilde de sus ropajes, no es en absoluto un vulgar friegasuelos. Su aspecto, cuidado dentro de lo posible, sin llegar a atildado, contribuye a dar esa impresión.
A los elfos no les ha hecho ninguna gracia que los renegados se hayan arrancado a largar en un idioma que no comprenden: Seguro que están hablando mal de ellos (no existe otro tema de conversación en el universo). Así que no se les ocurre otra que conversar (o criticar, nunca se sabe) en su musical thalassiano. Para Fritz es una oportunidad como cualquier otra para meterse con ellos.
- Yo de ustedes no hablaría en un idioma que no es el oficial del Reino, no sea cosa que se les acuse de… traición. – Les espeta muy sarcásticamente. Su pronunciación del idioma orco es más que correcta.
- Ven, querida. Subamos. – Los jóvenes enamorados piensan retirarse y terminar en paz la velada, pero no cuentan con la saña de Friz.
- ¡ De eso nada! ¿Qué se creen? ¡Esto es una posada decente, no un “picadero”! ¡Venga! ¡Arreando! – Les impide el paso y les “enseña la salida”, amenazándoles con la escoba.
A los “tortolitos” no les queda otra que marcharse. Lo hacen ofendidos y enfadados, por supuesto. Margue no acaba de dar crédito a la escena que acaba de presenciar. ¿Esa airada reacción es fruto de una profunda preocupación por la moralidad y las buenas costumbres, o más bien del resentimiento, de la “envidia cochina”? Vota por lo segundo, sin duda.
Desvelada e inquieta, Margueritte decide caminar un poco e ir a pescar al cercano lago Aguasclaras para serenarse. La noche está despejada, sin nubes. Las estrellas tililan y la temperatura no es demasiado fría. Ni siquiera tiene que pelearse con ningún can de peste ni murciélago sombrío mientras pasea. Una vez en la orilla del lago, busca un lugar que le parece adecuado, protegida por tres árboles, prepara los cebos y vacía su mente de preocupaciones, atenta solamente al movimiento del corcho y la tensión que le transmite su caña. Llevaba así un buen rato cuando un percance la sacó de su relajación: ¡Un corcel enorme casi se estampa contra los árboles! ¡Menudo susto! Ni se fijó en quién podía ser el jinete, la verdad. Mientras se reponía del sobresalto, todo lo más pensó que había gente muy temeraria por el mundo. De nuevo, Margot dispone sus aparejos de pesca, pone el cebo, se sienta y se concentra. Los peces pican, asimismo. Pero no, está escrito que esta no va a ser una jornada tranquila: Un galope desenfrenado la saca de su ensimismamiento. Escarmentada ya, se levanta presta a quitarse de en medio cuando…
- ¡Pesca, renegada, pesca!. – Le increpa una voz cantarina desde lo alto de un imponente caballo.  Acto seguido, la femenina figura montada escupe a la cara de Margue, acertando de pleno. Para ello ni siquiera se detiene, solamente ralentiza un poco el paso. En cuanto ha dado en el blanco, prosigue su marcha al galope como si tal cosa. La sacerdotisa no tiene tiempo de reaccionar. Estupefacta, incapaz de creer lo que acaba de sucederle, se limpia el rostro con un paño de lino. Luego sigue a lo suyo.
Más tarde, pensando en ello, le parece que quien la ha agredido bien puede ser uno de los dos elfos que esta noche ha echado Fritz del Mesón. La mujer (con lo maja que parecía), para ser más exactos. ¡Y menuda puntería que tiene!, además de un carácter rencoroso y desabrido. Para que luego se diga de los renegados: Se llevarán la palma, pero no son los únicos vengativos, ni mucho menos. Como suele suceder, las apariencias engañan.
Lección a tener en cuenta: Los renegados crían la fama y. sin embargo, aquí todos cardan la lana. Margot toma buena nota de ello.
La hermana Margueritte recoge sus cosas y se dirige, lentamente, hacia Rémol. Allí descansará plácidamente, acompañada por la tranquilizadora presencia y el dulce tiritar de su eternamente desvelada anfitriona, los armoniosos aullidos de agonía procedentes del sótano,  las encantadoras broncas del salón…
- Otra noche en el cuarto de Gretchen… ¡Horror!

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