jueves, 16 de diciembre de 2010

Romanza del corazón roto: Buenas intenciones.

Arrodillada en el Cementerio de Rémol, junto a su corpulento amigo, que se desangraba sin remedio,  la sacerdotisa recordó el famoso refrán: “El camino del infierno está empedrado de buenas intenciones.”
Mientras charlaban, repentinamente, se le habían abierto las carnes en horrorosas heridas sin motivo aparente y  por ellas se le escapaba la vida a chorros. Era la prueba de que la increíble historia que le relataba era cierta: Estaba siendo utilizado por la Bruja de los Tauren, la Señora de los Tótemsiniestro.
Creyendo salvar a Margue de la poderosa hechicera, Rinark en realidad la había puesto en peligro y, lo peor, había comprometido la seguridad de ese Círculo “inexistente” al que pertenecían. La severa reacción de Ahti y del resto de compañeros era lógica: No había lugar entre ellos para un traidor, ni aunque hubiera errado por amor.

Agonizaba largamente, pero el druida se resistía. La Bruja no lo quería muerto, sino sometido.

Tras lo que a ambos les pareció una eternidad, poco a poco restañaron las heridas. Cesó el dolor. El pobre tauren, sin embargo, apenas podía moverse, agotado y maltrecho.
Asustada y conmovida, la no-muerta cedió a la extraña petición de su amigo (que le parecía otra descabellada ocurrencia del joven “aprendiz de boticario”): Le entregaría un vial de su helada sangre para que con él elaborara un remedio contra la maldición de la temible Tótemsiniestro.

Tiempo después, Margueritte supo cuán grave había sido el error: Rinark no debía temer desangrarse… Porque estaba más cerca de ser un auténtico Renegado él mismo que su donante.

Romanza del corazón roto: Desaparición.

“Me es imposible acompañarte. Lo siento. Ve sin mí.”

Margueritte había recibido la escueta nota justo antes de salir de Rémol para tomar el Zeppelín hacia Cima de Trueno. Había terminado cediendo a los ruegos de Rinark, principalmente porque sabía que tenía razón y necesitaba alejarse del enrarecido ambiente que se respiraba en los Claros de Tirisfal.

Agradables paseos, interesantes conversaciones y muchos momentos divertidos. Habían compartido tanto... Aún podía oír las escandalosas risotadas del joven tauren. Por eso le extrañó que, cuando al fin había logrado lo que se proponía, desapareciera de esa manera. No era ese su carácter.

Embarcó sumamente intranquila, rumbo a pastos más verdes.