sábado, 14 de noviembre de 2009

Avanzando a Tientas-III

Una margarita es una flor y no una piedra

Atardecer en primavera, orillas del lago Lordamere. Un hombre maduro, casi anciano, pasea ensimismado. El sonido de un laúd tañido con maestría lo saca de sus cavilaciones. Curioso, camina hacia adonde proviene la tonada, alzándose levemente el borde de la túnica para no enredarse en la vegetación y ser así más silencioso en su avance. Repeina su larga cabellera cana mientras aparta unos arbustos para descubrir al intérprete y contemplar mejor la escena que se desarrolla en ese apartado claro…
Y allí está, la señorita Edhelstein, la jovencita más cerebral que nunca había tenido como alumna (a excepción de Lady Jaina, pero, claro, ella es un genio de la magia), entregándose a la música fervorosa y apasionadamente. Finaliza esa pieza, un clásico cargado de dificultades técnicas. Hace una breve pausa, en la que se repone bebiendo agua fresca. Acalorada, derrama un chorro sobre su cara y su corpiño. Después, toma de nuevo su instrumento. Esta vez inicia un virelai, una canción que él desconoce (¿composición suya, quizá?). Lo que más le sorprende es la voz: Bien timbrada, aterciopelada, versátil, expresiva...
Esa sedosa cabellera castaña cayendo libre sobre los hombros descubiertos, ropa ligera ciñendo sus femeninas formas… Margueritte se le revela entonces como la sensualidad personificada: pura, inocente, natural. Augustus sabe que, si no se marcha enseguida, su integridad corre peligro: Ahora mismo la está mirando como artista y como mujer, no como a una más de sus discípulos. Y él es un profesor excelente. No fallará.
Con mucho cuidado retrocede sobre sus pasos. Le encantaría quedarse. Le apetece demasiado… Va dejando atrás el melancólico canto de esa voz melodiosa. Pronto deambula de nuevo a orillas del lago Lordamere, pensativo, a la caída de la tarde.

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