sábado, 14 de noviembre de 2009

Avanzando a Tientas-II

Iniciaciones:

Dolor. Dolor insoportable. Dolor absoluto. El sufrimiento como única realidad posible. Miles de agujas atravesando cada poro de mi piel. Un estallido inacabable, inabarcable, de padecimiento que se enseñorea de todo mi ser y me reduce a la condición de pálpito atormentado, de mente colapsada, de espíritu encadenado por fuerzas más allá de lo humanamente posible.
No existe para mí más mundo que estas espesas tinieblas y no percibo sino los olores de mi propia inmundicia, los esforzados latidos de mi corazón, mi respiración entrecortada, mis sollozos… Y chasquidos, golpes, susurros incomprensibles… Y risas.
Siento que desfallezco, que es imposible soportarlo. Una vez más grito liberando mi angustia, mi terror, pero, sobre todo, intentando dar cauce al torrente de rayo y ácido que parece, simultáneamente, cubrirme y querer salir de mi cuerpo. Y oigo cómo ese alarido se va debilitando hasta apagarse en un gemido…

Entonces despierto.
Es todavía de noche. Carámbano, la cría de vermis de escarcha que me acompaña, lame solícita mis lágrimas. La abrazo. Su tacto, suave, y su temperatura, extrañamente cálida, me reconfortan. No sé cómo ni cuándo nos hemos conocido, pero me alegro de que haya acudido a mí de nuevo. Así estoy menos sola.
Me estremezco. Las heridas han vuelto a sangrar. Es extraño. Cada vez que tengo pesadillas me sucede lo mismo. Se reabren, al parecer. Y encima fastidian un montón. Pero bueno, ¿no quedamos en que los muertos ni se enteran si les machacas? Pues yo estoy muerta, bien que lo sé, y cada vez que lucho y me golpean… ¡Vaya que si me doy cuenta!... Mis percepciones son más precisas, más sutiles de lo que yo había podido imaginar. Todo está impregnado de matices que antes no estaban a mi alcance y me siento torpe y desbordada. Ni siquiera reconozco las sensaciones que me envía mi propio cuerpo. Saturada, he de aprender a manejarme en mi nueva situación: Debo recuperarme y continuar hacia adelante.
Salgo del Mesón la Horca y me encamino a la charca Aguasclaras para asearme. ¡Qué diferente es el paisaje y quienes lo habitan ahora! Apenas pienso en ello, me pueden la añoranza y la tristeza. Soy una extranjera en mi propia patria. ¿Consistirá en eso el ser una Renegada?

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