viernes, 13 de noviembre de 2009

Avanzando a Tientas-I

Prólogo: Despertares
 
Con un gemido ahogado, angustiada y sollozando, retorna a la vigilia. Está pringosa y aterida. Se arrebuja aún más en la gastada manta que la cubre. Poco, pero de nuevo ha sangrado. Dedica un tiempo a serenarse, quieta, en posición fetal, oculta dentro de su precario lecho. Cuando se le acaban las lágrimas y, aunque entumecida, es capaz de moverse, se levanta.
En ese rato ha ordenado sus pensamientos, así que sabe cuál es su situación: Camposanto, antes del alba; Se llama Margueritte Eleanore Edhelstein y está muerta.
“¡Cielo santo! Necesito un baño. Un baño, un buen desayuno… Y muchas, muchísimas respuestas…”

Entre bambalinas


“Míralas: ¡cómo crecen nuestras tres flores!”- Prudence sonreía orgullosa a su marido mientras cosía al calor del hogar.
La familia residía en el ala del Palacio Real reservada a la servidumbre. Tanto ella, (administradora, contable y escriba), como su esposo (mayordomo y ayudante de cámara) formaban parte de la élite funcionarial que movía los engranajes del reino. Ambos conocían a la perfección la corte de Lordaeron, pues sus respectivos linajes estaban ligados a ésta desde hacía generaciones. Vivían confortablemente y a salvo. Podían brindarle a su descendencia manutención segura y una educación privilegiada. ¡Qué más se podía pedir! Franz correspondió a su sonrisa y alargó la mano, acariciándole la mejilla. La mujer  no supo, o no quiso, ocultar su sonrojo. Le cogió de la mano y la besó dulcemente. La pareja (que se sentía en la plenitud de sus días) se aseguró de que las hijas estaban ocupadas y, discretamente, se escurrió hacia el dormitorio…
Mientras tanto, Margueritte (la primogénita, de once años) ayudaba a Carolina (de ocho) con sus tareas de aritmética. Discutían: Carolina quería la respuesta y Margueritte no estaba dispuesta a dársela, sino a indicarle cómo encontrarla.


-         ¡No quieres ayudarme!, le espetó, enfadada.

-         A ver… No es eso… Es que si te digo el resultado no aprenderás nada. – le replicó la mayor – ¿No recuerdas lo que nos dice el tutor?: “No regales peces: Mejor enseña a pescar.”


-         ¡Esto es muy lento y es un rollazo! – Los lindos ojos verdes claros de la rubita echaban chispas y se puso “de morros”. - ¡Quiero la solución, no otro sermón!


-         Por favor, Carol… Si tú eres muy lista… Seguro que con un poquito de paciencia…


-         ¡Pfft!.. ¡Hazlo tú, empollona! Prefiero jugar con Lily.

Y la guapa niña de rizos dorados se levantó y, ni corta ni perezosa, se desplazó unos metros más allá, en donde una pecosa picaruela de unos cinco años, cabellos rojizos y ojos también verdes se dedicaba a practicar rudimentarios trucos de manos.



- ¿Todo bien, Margot? –  Era evidente que no. Estaba frunciendo el ceño y tenía las mejillas encendidas.

- Mamá, es que…


- ¡Chivata!



Prudence dejó escapar un suspiro de madre conciliadora. Con una mirada calmó a su pequeña filósofa mientras se llevó de la mano a la princesita y la sentó para que retomara el trabajo. El anuncio del postre bastó para que Carol recuperase el buen humor; El vínculo entre sus deberes y el catarlo terminó de convencerla. Mientras, Franz se aseguraba de que Lily no rompía nada. Así, pronto estuvo servida la cena.

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