jueves, 29 de julio de 2010

Saliendo del armario equivocado: 2-Preguntas.

Luz. Luz a raudales. Tres personas (dos varones y una mujer), pestañearon y se observaron entre sí, enmudecidas por la perplejidad. Gestos muy similares para individuos bien dispares:
Ella, cadáver andante reciente, fresquísimo y extraordinariamente lozano; humana ataviada con sencillas ropas de tela ligera y un simple bastón como defensa, se bajó la capucha de su casi raída capa para examinar mejor a los dos elfos, quienes no le quitaban ojo de encima al tiempo que se interrogaban mutuamente con la mirada.
Ellos parecían ser las dos caras de la misma moneda: Día y noche, Sol y Sombras, Santo y Diablo. Imposible discernir cuál de ellos era más atractivo, cada uno a su manera.
El  “altonato” de cabello rubio platino, alto y fornido, rezumando virilidad por cada poro de su piel curtida en mil batallas; embutido en una armadura de placas, cubierto con el tabardo de la Cruzada Argenta, brillaba por sí mismo. En su gentil y masculino rostro se podía leer sorpresa con un cierto matiz de diversión cuando le dirigió la palabra a su compañero, con sorna.
- ¿Puedes explicarme qué ha fallado esta vez?
El interpelado era, sin duda, un  elfo “de sangre”. Joven dentro de la madurez, sus rasgos, andróginos y delicados, expresaban decepción y desconcierto a partes iguales. Su larga cabellera negra como ala de cuervo se agitó con vida propia y tintinearon las ostentosas joyas que engalanaban los dos cuernos de macho cabrío que coronaban su despejada frente. Innegablemente, se trataba de un “elfo vil”. Aunque las telas de sus ricas vestiduras las ocultaban casi por completo, se hacían notar las ominosas runas demoníacas que escarificaban su pálida piel, refulgiendo en tonos verdes fosforescentes.
- No lo sé… No lo entiendo…
Se miraron nuevamente entre sí, en silencio. Y clavaron sus respectivas miradas en la mujer. Ésta notó perfectamente cómo era inspeccionada y se sonrojó: Parecían pretender desnudarle el alma… y el cuerpo, ya de paso. Calló, sin embargo. No creía estar en posición de objetar ni de resistirse.
Su evidente mansedumbre y el hecho de no ser objetivamente una amenaza, lograron rebajar la tensión del momento. El imponente rubio volvió a dirigir su atención hacia el moreno.
- ¿Todo bien? Ya es la TERCERA VEZ que te pasa…
El elfo vil, brujo sin lugar a dudas, no sabía qué contestar. Estaba seguro de haber procedido correctamente, de haber ejecutado el ritual tal y como era debido. Socarrón, el luminoso rubiales hurgaba con ganas en esa llaga producida en el amor propio del hechicero.
Margueritte reparó entonces en que no era la primera vez que se encontraba con “Don Brillante”:  Lo había visto saliendo del Mesón la Horca, pavoneándose ufano y burlándose de Sir Clemens (¡si le espetó al Caballero de la Muerte que se relajara, que parecía llevar una espada insertada en el trasero!). Recordó incluso haberlo bendecido, instintivamente. ¡Las vueltas que da la no-vida!
- Si has invocado a Valdor… ¿Cómo es que ha aparecido… ella?
No teniendo explicación plausible para eso, el perturbador Maestro de las Sombras se limitó a encogerse de hombros una vez más.
¿Habían dicho Valdor?  Quizá no fuera casualidad, quizá…
- Disculpen… Cuando hablan de Valdor… ¿Se refieren a Valdor Skarth, por ventura?
Como un resorte se giraron hacia Margot,  al unísono, y fijaron toda su atención en la no-muerta, con una mezcla de expectación y de recelo.
- Yo conozco a Valdor Skarth. Ya saben: Es un brujo renegado , inteligente, educado… De hecho, acababa de marcharse cuando… Bueno, ha sucedido esto.
Más miradas inquisitivas.
- Me llamo Margueritte Edhelstein, perdonen mi descortesía.
Don Brillante llevaba la iniciativa.
- Yo soy Ahti y él – señaló al atribulado hechicero – es Theron Solámbar. Mucho gusto.
La sacerdotisa correspondió a los saludos bendiciendo a ambos. Ahti reaccionó parpadeando, un tanto sorprendido. En cambio, Theron, dió un respingo y hubo de contenerse, pues la salva de Luz sagrada le produjo un escozor considerable. Sin embargo, agradeció el gesto inconsciente de la humana con una leve inclinación de cabeza.
- Lo siento… – Se disculpó Margueritte, azorada al comprobar el resultado de su acción.No pensé… Tendría que haberlo supuesto. Perdóneme.
Ciertamente, debía habérselo imaginado: No podía acercarse al morenazo  sin que una comezón preocupante le avisara de que sus heridas se abrirían si no mantenía prudentemente las distancias. Era demasiado evidente que el tentador sin’dorei  tenía, a estas alturas,  casi tanto de demonio como de elfo.
- No se disculpe, Señora. No es nada. Gracias por la bendición.Gentil y calmado, el elfo vil continuaba observándola, igual que su camarada.
- A la Sagrada Luz sean dadas… – Años de costumbre pusieron en sus labios la respuesta.Por favor, no me llaméis señora, pues no lo soy. Si deseáis darme un título… es hermana.
Ahora que estaba más tranquila, Margot captó el lado cómico de la situación:
Allá estaban, de pié, parados los tres,  un tanto descolocados,  inspeccionándose visualmente como si así pudieran conocer sus secretos más profundos, e intentando mantener la educación y el tipo. Los dos elfos, incluso, parecían mantener un diálogo con la mirada, como si pudieran leerse el pensamiento el uno al otro. Se mordió los labios, reprimiendo una carcajada cuando se enzarzaron en una mini-discusión y llegó a oír que  “Ya se nos coló un demonio, que lo tuvimos infiltrado entre nosotros ¡DOS SEMANAS! Imagina… ¡DOS SEMANAS nos tuvo engañados!… ¡A NOSOTROS!”. Ese tono de indignación suprema rozaba lo ridículo, pero resultaba entrañable y encantador. ¿Acaso se creían infalibles?  ¿Tanta experiencia tenían en ese tema? Margueritte nada tenía que ocultar (al menos no a  ese respecto) y respiró mucho más tranquila: Ahti, “Don Brillante”, se mostraba como alguien digno de confianza, bastante alejado de la impresión que le ofreció aquélla noche en el Mesón de Rémol.  Respondió sinceramente y sin rodeos a las  preguntas que le formularon. Aún y así, no terminaban de estar satisfechos. Era normal y no los culpaba por ello:  Aparecer cuando a uno ni lo llaman ni lo esperan suele generar desconfianza, como mínimo.
-Comprenderéis, hermana, que, dadas las circunstancias, antes de confiar en vos debemos asegurarnos…  Recurriré a un método  algo drástico, pero infalible:
El Cruzado endureció el gesto. La sacerdotisa, por su parte, tragó saliva y se preparó para lo peor.
– Os llevaré ante A’Dal.

3 comentarios:

  1. Perdonad las inexactitudes (que las habrá, seguro)a la hora de plasmar ese momento inolvidable. Ahora que lo pienso... ¡Debe hacer más de un año, de eso!
    ^-^ Mil gracias a todos, de nuevo. Por estar ahí y por leer.

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  2. Wooo. Yo ya no recordaba esta escena, se me olvidan muchas cosas!!! Que mono que pintas a mi brujis, pero es que a Margue le ha tenido mucho respeto siempre :D

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  3. Ay qué genial, Klui. Por una parte, no voy a mentir bellacamente diciendo que no me hace ilu que salga mi rubio en tus narraciones, porque así es y me encanta cómo lo plasmas, con esos aires de fanfarrón, juajuajua. Qué porculero!

    Y por otro lado, las tres entradas muy buenas. Fluidas, dinámicas, descriptivas sin saturar y conservando tu estilo propio, donde cada palabra quiere decir lo que dice y algo más. Oscar Wilde se sonreiría con simpatía al verte comparar una invocación de brujo con un retortijón, porque ciertamente... ¡esa invocación fue una cagada!

    Felicidades :D

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Por tu atención y tu opinión, mil gracias.