lunes, 18 de enero de 2010

A-Sociaciones

Margot lleva ya un tiempo sirviendo a la comunidad.
Ha eliminado zombis; Recolectado ingredientes varios; Ha espiado a los jabaespines putrepellejo más cercanos, evitando que alzasen más cadáveres; Ha liberado almas; Ha consumado venganzas. Lógicamente, no siempre ha realizado esas tareas en solitario (le resultaba imposible) : A menudo Margueritte recibía la ayuda de Honoka y de la mismísima Señora Hikary (“Que no me llames señora, que me haces vieja”– repitió por enésima vez la hechicera sin’dorei), quienes la acompañaban y la defendían ¡por puro entretenimiento y sin despeinarse siquiera!
Algunas veces ha trabajado uniendo fuerzas con otros que perseguían los mismos fines que ella. Una manera práctica de socializar cumpliendo… En teoría, claro. Porque cuando te las ves con el personal cara a cara, te arrepientes las más de las veces: Guerreros temerarios, brujos tan destructivos como suicidas, magos enajenados que se enzarzan en chisporroteantes orgías asesinas consumiendo sus energías sin ton ni son… ¡Genial! Y ella venga, a cubrir al compañero, sanar, guardarse al mismo tiempo de los enemigos… ¡Puuff! No siempre era así, seamos justos. Más de una vez se topó con camaradas solventes (orcos, elfos y trols en su mayoría) y gracias a ellos resultó casi un paseo completar los más variados encargos.
Quizás fueron justamente esas circunstancias las que propiciaron que la compañía de  aquel hechicero renegado eficiente y reflexivo, llamado Valdor, le resultara tan preciada. Inteligente, instruido, cortés y con costumbres, digamos, humanamente aceptables, era sencillo que Margueritte lo prefiriera como compañero de armas antes que a otros aventureros que, tal vez por el hecho de ser “no-muertos” en muchos casos, se comportaban como si fueran inmortales (algunos incluso haciendo gala de una zafiedad increíble). Pronto se convenció de que Valdor era una persona fiable, al menos en principio. Y se habituó a planear las incursiones de manera que pudiese contar con la ayuda del brujo siseante. Se dio cuenta de que su presencia le resultaba, además de útil, muy agradable. Ese detalle la inquietó: ¿Sería ese el principio de una colaboración estable con él? ¿Sentía acaso compañerismo?… ¿Amistad?

1 comentario:

  1. Eso es una clara prueba de que los no-muertos, aunque inconcientes, aún pueden amar, pero no todos, claramente, otros reemplazan el amor por odio o tristeza, porque ciertamente, si los renegados (no hablo de los esbirros de Arthas, que en esos ya si es cierto) no tuvieran sentimientos, serían iguales que los esbirros que he mencionado, pero no, actúan por su cuenta y claramente, tienen sentimientos.

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